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Jairo Clavijo

Tres reflexiones desde el confinamiento

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El virus es real como el oportunismo

autoritario de los gobiernos

 

Pero ¡cómo no!, es el momento propicio para ejercer el poder sin la menor resistencia. El mismo país que hasta febrero tenía como consigna “el paro sigue” hoy acata lo “ordenado por el gobierno”, salvo los indisciplinados y la gente que no aguanta más la situación económica. En febrero de este año Giorgio Agamben subestimaba la mortalidad del virus en Europa, luego la situación cambió radicalmente, y ¡claro!, se equivocó, pero no en que esta era la oportunidad de oro para que los gobiernos del mundo naturalizaran el estado de excepción.

 

El argumento de la pandemia justifica las declaratorias de emergencia con las que se puede expedir normas y decretos con fuerza de ley que le otorgan un poder soberano a los ejecutivos para intervenir en cualquier esfera de lo público, pero también de lo privado. Se pide a la ciudadanía consignar todos sus datos en aplicaciones y se siguen sus movimientos en un país con larga trayectoria de interceptaciones y cuyo Estado ha adquirido plataformas de seguimiento electrónico de última tecnología. Hay una increíble infraestructura de espionaje y una escasez de UCIS. Hasta ahora se intentan comprar con afán los respiradores que tanto se necesitan ¡Asunto de prioridades!

 

Como señala Chul-han, es la libertad la que no sobrevivirá a la pandemia. El virus pasará, pero la sociedad de la vigilancia quedará. Esta “situación sanitaria” aceleró la tecnología de la vigilancia — es legítima la intromisión de los estados en la vida privada—,  pero, lo más nefasto, desalentó la lucha por la defensa de la vida privada y muchos simpatizan con su propia exposición al control y a la vigilancia. Los gobiernos aconsejan qué comer y beber, cómo lavarse las manos, dónde, cuándo, se toma la temperatura de manera remota… hasta han llegado a recomendar formas de sexo en la pandemia.

 

Lo cierto es que el big data tiene su agosto. El volumen de confesiones que capta ahora se potencializó. En masa estamos dejando huella digital de toda nuestra vida que ahora circula más por las redes que por las calles. Somos sujetos con múltiples yoes virtuales, uno a la medida para cada aplicación. En confinamiento la familia descubre el yo laboral o escolar y se sorprende de las facetas desconocidas del hijo en clase o del padre dando clases. Pero quien se equivoque y transponga los límites en las aplicaciones queda en evidencia, ya que ahora es una virtud asumir con eficiencia las múltiples personalidades. Se condensa un sujeto múltiple: el yo laboral es diferente al de Instagram, al de Facebook, al de Twitter. En confinamiento, además de la ansiedad, ahora los trastornos de personalidad tienen una condición ideal.

 

Los humanos somos primates, lo nuestro es el movimiento. Para esta situación de confinamiento no estamos adaptados. Después volveremos a la vida en movimiento, pero ya habremos pagado el costo de una sociedad del panóptico digital, como la llama Chul-Han. Cuando se dice que habrá una nueva normalidad algo es seguro, será la era de la normalidad hipervigilada y con la libertad y la privacidad amenazadas. Los estados terminarán refinando su poder policivo y cada vez será más difícil ser uno más.

 

Los datos y el estado de excepción

 

Los datos tienen poder. Poder para medir y para sofisticar la construcción de poblaciones en el sentido expuesto por Foucault y Agamben. Cualquiera puede hacer parte del bando, ahora con cara de transgresor sanitario. Ya no se trata del alegre rumbero, sino de una amenaza pública que se escurre en fiestas clandestinas. Emerge un nuevo enemigo de la sociedad, solo que este es más dúctil y manipulable como dato. Puede ser cualquiera, todos son potenciales enemigos sanitarios: portadores sanos, enfermos, indisciplinados, inconscientes, imprudentes o incultos. Estornudar ya es una alerta de seguridad pública. En efecto, estamos en el reino de la distancia social, el otro ahora es fuente de miedo, nuestra pobre humanidad todavía aprendiendo la solidaridad hoy le teme al contacto físico, y como cualquier aprendizaje conductual, esta fobia quedará para muchos inscrita en los cuerpos y las mentes para el resto de sus vidas. Pobre Durkheim si tuviera que evaluar el estado del vínculo social hoy, en tiempos de pandemia. Pero ¿Por qué hemos llegado a ese grado de paranoia colectiva frente a cualquier otro que podría no ser el portador de la peste?

 

Una vez más la información y el manejo de datos son tecnologías de poder. Por ejemplo, cada día asistimos de manera ritual a la lectura de las bajas. Tantos casos y muertes en rojo y tantos otros recuperados en verde. Frente a la restricción de la movilidad el semáforo es usado ahora para representar la vida y la muerte. Los datos no solo son números, son estrategias de comunicación, toda una iconografía que va desde los memes del corona hasta la tapita naranja del alcohol decorativo del presidente (no se lo aplica regularmente o se lo toma en sus alocuciones diarias).

 

El dato epidemiológico genera pánico: “hoy Colombia sobrepasa la barrera de los 46.000 casos y se suman más de 1500 muertos” pero se les olvida la palabra mágica que cambiaría el impacto mediático: son números acumulados. No es la realidad de hoy día, se trata de un dato epidemiológico sesgado, pues es una sumatoria simple de casos del pasado. Esto sería como solo sumar los ingresos de nuestra vida sin descontar nada y declararse millonario. Quizás lo más inquietante es la noción de barrera ¿quién se la inventó? ¿Quién dijo que cuando se llega a números por mil hay barreras?

 

De otro lado, en los perfiles entregados a diario no aparece el nivel socioeconómico de los fallecidos y los contagiados, toca buscar esta información minuciosamente. Está en la pestaña 10 de la página SALUDATA de la Alcaldía de Bogotá, y sorpresa, las cifras se abultan significativamente en el eje Kennedy – Bosa, Suba, San Cristóbal, Ciudad Bolívar, Engativá (Kennedy y Bosa triplican ampliamente a Suba y a Ciudad Bolívar). En otras palabras, las mayores víctimas se localizan en los sectores más pobres y donde emergen más fácilmente las dificultades económicas, pero también donde está menos acumulado el capital cultural — en términos de Bourdieu —, lo cual se expresa en la puesta en funcionamiento de esquemas cognitivos de la pobreza que operan dándole mayor valor a la supervivencia diaria que a la pandemia, y si le sumamos una colectividad que crea una “inmunización subjetiva del riesgo” como lo denomina Mary Douglas, pues se explican mejor las razones por las cuales las personas de esos sectores se exponen más. No es solo, pues, un asunto de capital económico, sino también de capital cultural y social. Una vez más se recrea el axioma de la antropóloga Mary Douglas: frente a cualquier condición de riesgo cotidiano o catastrófico los pobres están más expuestos y llevan la peor parte.

 

Los héroes son… sacrificables!

 

Michel Foucault en su curso Defender la Sociedad expone la biopolítica como una tecnología de poder, donde se incluye no solo el problema de la fecundidad sino también el de la morbilidad, precisamente ejemplificando las epidemias y posteriormente las endemias. Con ello acuña un nuevo principio de regularización: “hacer vivir y dejar morir”.

 

Estamos en un escenario claro de la biopolítica, la muerte del ciudadano es despojada del dolor y la agonía de la experiencia, y se convierte en mortalidad, en dato. Los medios solo se detienen cualitativamente en algunos miembros del cuerpo médico, los llamados nuevos héroes. Y claro, estamos en el abuso de la metáfora militar, expresada en la lucha, las batallas ganadas o perdidas, las calles de honor, y se ha naturalizado sin mayor problema esa forma comunicativa de la lógica militar que tanto gusta en la sociedad civil colombiana. Otrora, en los 90, todo se describía con la metáfora futbolera, hemos avanzado.

 

Pero detrás del heroísmo se esconde la realidad de los cuerpos sacrificables que no solo son los más pobres sino ahora el personal médico. Incluso esta situación se parece más a la tanatopolítica de Agamben: hacer vivir y hacer morir, porque el sacrificio de los héroes que se exponen con sus vidas es el que hace vivir al resto de la población.

 

Dura lección de la pandemia. Nuestra comodidad social centrada en un otro imaginado, parecido al Gran Otro Lacaniano se ve confrontada por lo real que no puede ser “amabilizado”, como lo llama Zizek, lo real en forma otro contagioso, de muerte, de pobreza, de hambre, de abandono, de inseguridad, de incertidumbre y de dudas. Esta pandemia pasará, ojalá pronto, pero sus efectos en las relaciones sociales van a perdurar por mucho tiempo, la gente añora abrazarse de nuevo, pero quien sabe si la fobia gane y seamos rechazados al intentarlo, por ahora el abrazo seguirá siendo simbólico en los mensajes electrónicos y en las llamadas.

 

Un abrazo,

 

Bogotá, junio 12 de 2020

 

Jairo Clavijo Poveda Profesor

del Departamento de Antropología

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